martes, 10 de febrero de 2009

Born to be wild.

Que las series de televisión están de moda es algo irrefutable. Hasta el Rockdelux, de este mes, da rango de tema principal, en su portada, al artículo que incluye sobre Mad Men. No hay, además, semana, que alguna cadena estatal no anuncie que se ha hecho con los servicios de alguna ficción o que esté preparando alguna producción propia. Ayer, sin ir más lejos, Cuatro informó de la compra de, entre otras, Son of anarchy.

Son of anarchy no es una serie amable. Tiene esa querencia por los diálogos atropellados y la violencia exagerada de Quentin Tarantino; el mito de la libertad y el halo machista de películas como Easy Rider o Los Ángeles del Infierno; y la defensa de la familia como un ente grupal al que no se debe traicionar bajo ningún concepto de Los Soprano o Los Hermanos Donnelly. Una serie en la que los malos son malos y los buenos, en el fondo, también.

Son of anarchy consigue algo que aún espero de una serie española. Y es que el espectador empatice con un auténtico hijo de puta. No significa eso que defienda sus acciones o que admita ciertos comportamientos, sino que gracias a un estupendo guión, se ve envuelto en una trama en la que debe tomar partido y lo acaba haciendo a favor de alguien que no está precisamente limpio. En Son of anarchy no se juzga a sus personajes. Y si alguien hace turismo sexual en Tailandia queda reflejado en una línea de diálogo, sin buscar una moralina por un lado ni que haga de eso el perfil del personaje. Sin ni siquiera alardear de estar haciendo algo, supuestamente, irreverente.

Charlie Hunnam (visto antes en la repetitiva Queer as folk) da vida a Jax, uno de los pocos personajes que parece mantener ciertas normas éticas en su comportamiento, pero que se verá arrastrado por los acontecimientos. Jax es hijo de uno de los fundadores de los Son of anarchy e intenta averiguar si el nacimiento del grupo tuvo otros intereses distintos a los que ahora les hace traficar con armas, asesinar a bandas rivales y sacar dinero de cualquier actividad ilegal que se les ponga por delante. El club (como así lo llaman) está dirigido ahora por el mejor amigo de su padre, un tipo sin escrúpulos que responde al nombre de Clay, y al que da vida ese sosías de Lee Marvin, que es Ron Pearlman, cuyo rostro camaleónico se ha podido ver en varias producciones como las dos partes de Hellboy. La madre de Jax y actual pareja de Clay, Gemma, brillantemente interpretada por una férrea Katey Sagal (con un amplio curriculum televisivo) intentará que su hijo no interfiera en la carrera actual de los moteros.

Policías corruptos, palizas sin motivos, chantajes a cambio de sexo, reconstrucciones de crímenes, intentos de asesinatos, bebés drogados y algún destello de humor, son algunas pinceladas que se pueden ir encontrando en esta serie en la que nada parece imposible, porque casi todo tiene un precio. O una amenaza.

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