No sé si por comodidad o desconocimiento, pero desde hace unos meses, más de la mitad de noticias que publican los medios sobre literatura va referida al libro electrónico. Imagino que lo novedoso del producto y el hecho de que su irrupción venga acompañada por el vaticinio, de los más agoreros, de que supondrá el final del libro en papel, anima a editores y periodistas a azuzar su llegada. No negaré su carácter novedoso, aunque sí pondré en entredicho su utilización. No me imagino viajando con 100 libros almacenados. Como tampoco cargo indiscriminadamente mi ipod. Pero eso ya es una cuestión personal.
Lo que sí me parece preocupante es que todo ese espacio destinado a alabar las prestaciones del libro electrónico o los peligros (piratería, fin del modelo tradicional,...) que tanto gusta expandir a los medios de comunicación, se está convirtiendo en esos árboles que impiden ver el bosque. En este caso, el bosque son un buen número de editoriales pequeñas que llevan poco tiempo en el mercado y que desafiando cualquier plan de empresa se han lanzado al apasionante trabajo de editar libros en papel. Sí, ese extraño objeto que algunos parecen querer enterrar y que sigue vivo, muy vivo, cada vez más vivo.
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