Leer a Luis Landero es como ver jugar a Xavi, el talentoso centrocampista del Barcelona. Uno juega con las palabras y construye frases hipnóticas. El otro sirve sus electrizantes asistencias para que cualquiera las convierta en gol. Ambos son capaces de detener el tiempo y el espacio. Y uno daría todo lo que tiene en los bolsillos para que ni las 234 páginas de un libro, ni los 90 minutos que dura un partido, supusieran el final de su lucimiento. Que la fiesta continue. Que se prolongue hasta el infinito.
Recuerdo que fue mi amigo Nacho Fernández quién me descubrió a Luis Landero con "Juegos de la edad tardía". He de reconocer que, por culpa de su primer capítulo, la novela se me atragantaba y la abandonaba cada vez que abría sus tapas. Pero fue atravesar esas páginas y se iluminó antes mis ojos uno de los libros más grandes que jamás he leído.
Veinte años después, Landero sigue en plena forma. "Retrato de un hombre inmaduro" (Tusquets) mantiene todos los hallazgos de aquel primer libro (incluído un sentido del humor con el que es imposible no comulgar) y los amplifica con un dominio del lenguaje abrumador y un tono narrativo musculoso.
La novela cuenta los recuerdos y las reflexiones de un hombre de 65 años en la cama de un hospital. Y con ese sencillo punto de partida, nos presenta tal cuadrilla de personajes (¡qué habilidad tiene para buscarles nombres perfectos!) y de situaciones que si estuvieran disponibles en facebook, sería imposible no hacerse fan de ellas. El libro es pura droga. Provoca una dependencia absoluta y uno echa de menos, en cuanto se separa de él, a esa pandilla de perdedores con los que le gustaría pasar el resto de su vida.
"Retrato de un hombre inmaduro" es un canto a la imaginación. Una reivindicación del contador de historias. Un monumento al inventor de personajes. Intento, mientras escribo, seleccionar o citar algunos de los pasajes más interesantes del libro, pero a medida que pienso en uno, no tardo en encontrar otro igual de fascinante. ¿Cómo hablar del señor Tur, ese viajante con vocación de sedentario y no hacerlo del Maracaná, el bar que desearía tener al lado de mi portal? ¿Cómo mencionar el "trágico" suceso del obrero Agapito y evitar a Aquilino Lobo, aquel vecino plomizo?.
Luis Landero lo ha vuelto a hacer. Ha entregado un libro atemporal. Un clásico. Un libro que permanecerá siempre vigente y moderno porque ninguna de las dos cosas las pretende. Un libro que debería ser de obligada lectura en institutos y cursos (seguramente, él preferirá la palabra "academia") de escritura. Un libro capaz de hacer más por la lectura que todas las campañas que uno pueda imaginar. Una maravilla que uno está deseando releer cuando ni siquiera lo ha terminado.
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